Con los brazos abiertos
Collevalenza es el lugar donde Madre Esperanza transcurre los últimos treinta años de su vida, alternando, en los primeros tiempos, los trabajos del Santuario y edificios anexos, con frecuentes viajes a las comunidades que van creciendo. En este momento cumbre de su vida dice de sí misma que se siente como una flauta que difunde la melodía de la misericordia, como un paño de lágrimas, o como la portera del Buen Dios que abre los brazos a todos para acercarlos a su corazón de Padre.
Nunca quería ser la protagonista. Siempre se consideraba un mero instrumento del Señor, y jamás se atribuía las maravillas que por su medio Dios operaba. Era Jesús el autor, el protagonista de Collevalenza; ella un simple instrumento en las manos de la Providencia.
Siempre con los brazos abiertos para acoger a tantas personas que llegaban para encontrase con el Amor Misericordioso y la Madre como buena portera atendía uno por uno. La afluencia de gente no hacía más que crecer hasta que se tuvo que poner un orden a la avalancha de fieles, establecer reservas, encargar a una religiosa el orden y el despacho de la correspondencia.
La Madre Esperanza te recibía con la nobleza de una hidalga española- escribe un italiano- siempre de pie, apoyada un poco con una mano al borde de la mesa, ya que la salud no colaboraba; te escuchaba atentamente, te miraba con aquella mirada suya penetrante, te levantaba el ánimo, te encomendaba rezar al Amor Misericordioso, prometiendo hacer ella lo mismo. Y lo hacía. A veces gran parte de la noche la dedicaba a orar ante el crucifijo por cada uno de los que habían pasado ese día a hablar con ella.